SOBRE «ÉL» DE MAURICIO VACA
ÉL: UNA DONACIÓN SIMULTÁNEA
por Iván Soto Camba
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Hace unos meses, Enrique Carlos me contó la historia de un poemario que había sido escrito con la sangre del propio autor. Hasta aquí una curiosidad tal vez más performática que literaria, que exploraba las posibilidades de usar al escritor para fines más útiles que los ordinarios, empleándolo como método de escritura [de impresión], como soporte y formato, como máquina de escribir: autor-tinta, autor-página, etc. Posibilidades por supuesto evocadoras, pero alejadas de mis intereses personales, ya que se dirigían a un aspecto más plástico de la escritura y no literario, una especie de active writing que llevaba la escritura artesanal a sus últimas consecuencias. En un orden conceptual, sonaba más a un impulso del malditismo romántico que se ha explorado hasta el cansancio.
Me interesó, sobre todo, la siguiente parte de la historia, que, aunque también tenía sus bases en el acto performático [aún no literario], sustraía esa parte romántica y la llevaba por arterias mucho más originales. Al parecer lo siguiente que hizo Mauricio Vaca fue drenarse metódicamente para copiar, con la misma tinta-sangre, su texto en cada uno de los cien ejemplares que constituyeron el tiraje. Aquí aparecía, entonces, un monstruo menos idealizado: el escritor como imprenta, como fotocopiadora. Una intuición mucho más cercana al momento contemporáneo a través de la réplica, la línea interminable de producción. El fenómeno más cursi del escritor que se vacía en su obra evoluciona para volverse un método de producción, de reproducción. Parodia fotocopiable de sí mismo.
El epílogo de la anécdota tenía un cierre de corte más punk. Ante la dificultad de vender los libros al valuar cada pieza de manera razonable en tanto objeto de arte [ponderando también, posiblemente, el precio por mililitro, la salud arriesgada y la proporción neta de artista incluida en cada libro], pero irracional en tanto a poesía [que, todo el mundo sabe, no vale casi nada], Mauricio Vaca terminó destruyendo todas excepto las contadísimas piezas que logró vender. Acción que recuerda el último recurso de las editoriales ante las bajas ventas [cuando no es dejar a los libros pudrirse en una bodega], pero también una práctica muy común, sobre todo durante los años setenta, en las disqueras, que contrataban a miembros de la mafia local para deshacerse directamente de sus remanentes, ya fuera quemándolos en basureros clandestinos o ahogándolos en los puertos para evitar pagar impuestos y regalías.
Recuerdo que cuando terminó de contarme la historia, le comenté que esperaba que ese libro nunca fuera publicado. Que me parecía más interesante la historia que su virtual contenido: veía más valor en el acto performático que en el literario [que, por supuesto, no conocía], porque sonaba poco probable que la escritura superara a la tinta con la que se generó, sin importar la calidad del autor. Cuando me llegó el libro esperaba decepcionarme. Por suerte no fue así.
Lo interesante del proyecto de Sombrario Ediciones es la posibilidad de generar textos libres de la extensión editorial obligada, con conceptos breves y concisos creados específicamente para el soporte final, que explotarán además la impresión artesanal y la diagramación con la participación del autor, la plaquette como fue y debiera ser concebida. Una búsqueda que, hasta donde conozco, es poco común en México y debe celebrarse cuando se formaliza en una editorial que da cabida a propuestas atractivas como la presente, una plaquette que es «sangre pura», como vaticina la nota editorial que abre el libro.
ÉL es un título extraño, aunque de maravillosa brevedad. Sólo hay que leer unas cuantas páginas para corroborar que va perfecto a la plaquette. Una serie de poemas con un impulso narrativo que logra cerrar de forma muy eficaz un concepto redondo que, y esto es lo que más me gusta de él [de ÉL], se alimenta de la historia que tiene detrás. El acto performático no queda sólo como una curiosidad o un espectáculo, sino que se adhiere [en sentido casi fisiológico] al contenido como apéndice narrativo, permitiendo una escritura abierta a más posibilidades y sin pretensiones ambiciosas, sino consciente de sí misma, y es por tanto inteligente y personal, alejada de la poesía de moda.
En la sangre no se transmite información ni código genético. Este fluido transporta elementos más mundanos, aunque por supuesto imprescindibles, como oxígeno, nutrientes, plaquetas y glóbulos. Sin embargo, sí lo hace en un sentido estético. Hay un vínculo imaginario pero muy evidente entre sangre y familia, herencia, historia. Debería existir en algo que nos recorre cada día de codo a lengua, de pie a pecho, cargando energía vital y sí, información, memoria que eventualmente se traspasa a una nueva generación para extender lo que llamamos una «línea de sangre».
ÉL es un texto que parece estar construido con código informático. Recuerdos y datos que, ya se sabe, la memoria no registra de forma objetiva. Hay una distancia muy grande entre recuerdos y realidad, porque éstos son almacenados como enunciados simples que el «yo» completa. En este caso, el personaje principal o el «yo poético» o, mejor cucho, «la tercera persona poética del singular» es exportada al lector a través de líneas de programación, que éste deberá completar con recursos de su propia RAM, sus modos de ver y sus experiencias. En buena medida, esto se logra utilizando imágenes más o menos claras y de fácil traducción [sobre todo para lectores locales]. Por ejemplo:
―Guadalajara empiedras.
―Mexicaltzingo cantinas.
―Academia marista.
―Abuelo cochero de ánimas y lutos.
―Posesión mujer contrato.
―Cópula Acapulco.
―Luna y miel.
―Pies ortopédicos.
―Quinto varón blanco.
―Ocho años de estatura.
―Programación identidad género.
Por medio de esta transposición de recuerdos, convertidos en enunciados simpes y puntuados sin piedad, se genera poco a poco el discurso poético, una reflexión [tal vez disección juiciosa de «mi ombre» sin H, que no sabemos en qué proporción es real y en cuál ficticio] que, por pura acumulación de memorias, genera adjetivos inesperados con resultados muy interesantes. Reúne todo lo que lo esquizofrece, lo esquizodice, todo lo que esquizoama. Entonces es como si la mezcla de sangre y recuerdos fuera pasada por una máquina, que lo procesara para convertirlos en juicios lógicos, con el humor poético característico de las máquinas. Así las líneas de programación se van transformando hasta llegar a los vuelcos de cada poema, con versos como:
―Mowgli extraña entraña de mamá.
―Estocolmísima paternidad.
―Interina orfandad.
―Quintas gónadas alla arrabbiata.
―Acefalía pus semen en el alma.
―El que pega paga papá.
La poética está mediada por otra serie de comandos en lenguaje de programación, que van guiando el transcurrir del personaje, pero también la forma de lectura. Eventualmente aparecen instrucciones directas, en clave informática como:
―kill puericia.
―Él mi ombre go to.
―kill ternura.
―if soy ombrecito.
―else soy ombrecito.
―crash.
―logic error.
Y más adelante, comandos libres y mucho más determinantes como:
―No entren no entren no entren no entren no entren.
ÉL es un retrato psíquico, anclado en el «Ello» de Sigmund Freud. Una provincia del aparato anímico, que en este texto es procesada por la perspectiva ajena, la subjetividad del lector, que mediará entre este ombre sin H, y ciertos fragmentos desordenados de su biografía, de su familia, de su contenido neto, ahora en práctica presentación líquida, para detonar en cada quién lo que sea que detonen estos poemas en cada quién.
En lo personal, aprecio mucho los poemarios que tienen una carga narrativa como éste. Sobre todo, cuando el poeta mantiene la distancia justa y no pretende llevarnos de la mano, dejando espacios en blanco que hay que rellenar, amar, ordenar y hacer propios. También cuando el interés está puesto de forma atinada en la forma, pero sin intentar desplegar con ella el virtuosismo del escritor, sino crear de forma concreta y transferible un concepto detonante.
La lectura de ÉL es, a fin de cuentas, un ejercicio de transfusión: un procedimiento que permitirá que lo que no cubran la memoria, los traumas, las pesadillas y las malas intenciones del autor lo llenen la imaginación, los miedos y los malos recuerdos del lector.
Es una donación simultánea.