SOBRE «QUIRÓN» DE CHRISTIAN PEÑA
MITAD LENGUAJE, MITAD MEMORIA
por Enrique Carlos
︾
Hace un año, en esta misma terraza, Christian me contó que una tarde, mientras cargaba a su hijo en hombros, vio la sombra proyectada sobre la pared y pensó que juntos conformaban un centauro. Esta reflexión detonó la escritura de Quirón, libro que hoy presentamos. La capacidad de síntesis de Christian no está en discusión a estas alturas, y tampoco es de extrañarnos que recurra a la mitología para hablar de caballos y la figura del padre; pero la claridad de esa imagen inaugural es tan potente, que todas las palabras del libro le orbitan.
Quirón fue un centauro, hijo ilegítimo de Cronos y Fílira. Dominaba la medicina, la música y la caza, y fue tutor de muchos héroes mitológicos. Zeus lo premió con la inmortalidad hasta que, por error, le alcanzó una flecha envenenada en la rodilla, provocándole un intenso sufrimiento, pero no la muerte. Los dioses, para dejarlo descansar, lo despojaron de la inmortalidad y finalmente lo convirtieron en la constelación de Sagitario. Por otra parte, en 1977 el astrónomo Charles Thomas Kowal descubrió un cuerpo menos, entre Urano y Saturno, al que llamó Quirón [2060] en honor a la mitológica creatura. Con estas coordenadas y un entramado de referencias cultas y populares, que lo mismo pasan por Goya que Pedro Infante, Kafka, Dickinson, Los años maravillosos, Rilke o Los caballeros del zodíaco, Christian recrea el mito de Quirón, al tiempo que ensaya los posibles senderos de la paternidad.
En el segundo poema, Saturno / Primera versión, encontramos una pregunta fundamental para mi lectura: «Si un padre no es un vientre [...] ¿en qué parte de mí crece el hijo que espero?» Pienso en el centauro como el resultado de una relación padre/hijo, es decir, una tercera entidad a la que juntos dan vida. Una madre se consuma al dar a luz, un padre no llega a consumarse como tal, si nunca engendra un centauro.
Pero esta creación, conformada por dos cuerpos disímiles, como todo ser vivo está destinada a morir. No hay centauro inmortal, ni siquiera Quirón al que Zeus le concediera la inmortalidad, pues la herida paterna es tan profunda como una flecha envenenada. Ningún padre puede, ni debe, cargar por siempre a su hijo en la espalda. Eso que sentimos al mirar un cielo estrellado, es el recuerdo de una tarde en la que tu padre te sostenía sobre él mismo y ya nunca volverá, o bien, la ausencia de esa tarde, un hueco en la memoria; en ambos casos, una herida; mejor dicho, una cicatriz.
¿Y qué pasa con los ausentes, crueles, malos padres; con los hijos ingratos y desagradecidos? También hay centauros malogrados, más que una constelación, un agujero negro; una desgracia de equino, un fantasma con crines, algo horrendo que pasta, pero no trota. Existe en montar un caballo, un gesto ineludible a la necesidad de crear un centauro, quizá por eso se utilice como terapia para cuyos padres han muerto. No es lo mismo crecer sin padre que sin centauro. Lo primero supone una ausencia, lo segundo un fracaso.
En Carta al padre, Kafka reprocha, entre muchas otras cosas, el afán de su progenitor por recalcar que él se tuvo que construir solo, enfrentándose a numerosas adversidades. Ante esta actitud pienso dos cosas: por un lado, la mayor parte de las veces ese tipo de autoafirmaciones resultan una mentira, la memoria y su tendencia a la falsificación nubla que algún día fuimos en hombros de nuestro padre, un poco más cerca del cielo, descubriendo el mundo. Y, por otro lado, en el supuesto de que fuera verdad, esa distancia de la que se queja Kafka, esa frialdad, es el resultado de crecer sin haber conformado un centauro. El peligro que se corre al no hacerlo es que no podemos descubrirlo, no podemos nombrarlo como hizo Thomas Kowal y así, un cuerpo que viaja a la deriva puede estrellarse en cualquier planeta, en cualquier cosa, el él mismo.
No pretendo romantizar el símbolo de cargar en hombros a un hijo, sería perfectamente posible hacerlo y ser un pésimo padre a la vez. Un centauro dura lo que el paso de un cometa, apenas disfrutas de la vista cuando bajas de sus hombros para nunca más volver a subir. Pero me da la impresión de que, aun cuando la paternidad florece, pervive una distancia irresoluble entre padre e hijo después de su centauro. Una tensión parecida a la de un funeral en la que ambos guardan silencio para siempre.
En el último poema de la segunda sección, Asteroide y/o cometa, Christian bordea la pregunta inicial:
«Somos hombres / somos hombres no llevaremos nunca / un cuerpo dentro del nuestro / somos hombres spolo podemos caernos / o dejar caer lo que amamos / somos hombres pero somos / padres e hijos / somos una palabra a la mitad o / una palabra vacilando entre dos significados / padre o hijo [...] mi hijo el único que tengo / es hombre / hasta que alguien le diga que es un animal [...] somos hombres somos animales de carga / somos una carga / eso dicen [...] somos centauros»
Me detengo ahora en los versos de «somos una palabra a la mitad o / una palabra vacilando entre dos significados» para encontrar otra forma de encarar estos poemas. Pienso en Quirón como una frontera, no termina de ser una cosa porque ya es otra. No caballo y tampoco humano: territorio intermedio. ¿Dónde comienzan los miedos del padre y dónde terminan los del hijo? ¿Cómo separar el humo del aire, la ansiedad del vicio, la herencia de nuestra sangre? ¿La infancia es un planeta? ¿Un hijo orbita a su padre o viceversa? Pero, también ¿dónde termina la referencia y dónde inicia el poema? ¿Autor y lector son dos mitades de una misma creatura? ¿La poesía está herida por una flecha envenenada? ¿Orbitamos siempre a nuestros autores de cabecera? ¿Un editor es un astrónomo catalogando estrellas? Quirón es una duda, sobre todo eso, más la poesía no está hecha para dar respuestas, sino para ensanchar preguntas; no es la unión de dos cuerpos, sino la colisión entre ambos.
Quirón [Vaso Roto, 2023] es la nueva obra de Christian Peña. Hay quienes dicen que un libro es como un hijo, siempre me ha parecido ridícula esa afirmación; en todo caso un centauro: mitad lenguaje, mitad memoria. Este trabajo mereció el premio Jaime Sabines; Quirón es también estas palabras que Jaime nos diría:
Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.