SOBRE «SOCIEDAD SECRETA» DE ENRIQUE CARLOS
UN DISPARO, UN CORTE LIMPIO
por Carolina Toro
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Desde el título de este trabajo: Sociedad secreta, y la dedicatoria inicial: Para la misteriosa señorita A, recibimos una invitación a leer entre lo revelado y lo secreto. Encontrar lo no dicho y aceptar los espacios en blanco en el papel y las pausas de silencio en nuestras mentes como parte de su lenguaje, uno breve en extensión, pero vasto en resonancias.
La brevedad esconde exigencias, a menudo tan agudas como en la construcción de universos. A veces, dentro de mi escepticismo, me siento con ánimo de creer en las predestinaciones y en los decretos, para eso recurro a la literatura intuitiva, a la que sugiere que después de adentrarnos en ella, hay cosas que no volveremos a ver del mismo modo.
La brevedad es potencia cuando cada palabra es precisa como un disparo o un corte limpio. en este trabajo vamos de un poema a otro con la sensación de estar entrando y saliendo de un sueño; uno donde lo cotidiano ―una mancha de café, una pistola, una botella recién destapada― se mezcla con lo inquietante, como el olor a madreselva de un disparo, o el reflejo de un cuchillo que también es una flor.
Cada poema se presenta como una escena aislada, pero conectada por hilos sutiles. La experiencia de lectura se parece a observar fotografías sueltas de una misma historia. Algunas imágenes están nítidas, otras desgastadas por el tiempo o deliberadamente borrosas.
Por ejemplo, el poema En el puerto final abre la colección con una escena cargada de símbolos: las olas, el cuchillo que echa raíces, y la pregunta de si el mar refleja la noche o viceversa. El poeta nos presenta un espacio donde las fronteras entre lo tangible y lo simbólico son difusas, y esa ambigüedad será constante a lo largo de la obra.
En otros poemas como Sociedad secreta o Salto mortal, se asoma lo perturbador: un cuerpo en el asfalto, una pistola sobre la mesa de café. Pero estos elementos no buscan provocar miedo, más bien, invitan a reflexionar sobre la fragilidad de las relaciones humanas, sobre el peso de los silencios compartidos, y sobre la línea invisible que separa la cotidianidad de lo extraordinario.
Una de las virtudes más notables de este libro es su capacidad para crear atmósferas densas con un lenguaje aparentemente sencillo. Enrique Carlos no necesita barroquismos ni florituras para sumergirnos en su mundo. su poesía es visual, casi cinematográfica, con imágenes que evocan tanto la belleza como la inquietud.
Pienso, por ejemplo, en Valium y champagne, donde un cenicero desbordado y una cama deshecha bastan para dibujar una realidad llena de desesperanza y abandono.
También está presente un lenguaje que recuerda al cine negro. Términos como fade out, voz en off y flashback nos sugieren que estos poemas son escenas de una película que nunca veremos completa, pero que podemos imaginar. El autor parece confiar en que los lectores completaremos las historias con nuestras propias experiencias y emociones.
El título, Sociedad secreta, no solo nombra a uno de los poemas más impactantes de la colección, sino que también establece un vínculo entre autor y lector. Quienes leemos este libro entramos en un pacto silencioso: el de compartir imágenes que, como secretos, solo revelan su significado plenamente en nuestra intimidad.
Fragmentos, pero sin explicaciones. Y ahí radica la magia de este libro: no es un manual, ni un relato cerrado. Es una invitación a morar lo oscuro con otros ojos, habitar los huecos que dejan los silencios y encontrar elegancia en los bordes más ásperos de la experiencia humana.
Cada poema es como una vela que se apaga, pero deja un calor que persiste. Al cerrar Sociedad secreta, no podemos evitar sentir que hemos sido parte de un incendio, seducidos por emociones universales como el deseo, la melancolía, el miedo y la belleza: fuego que nos toca y nos transforma.