SOBRE «SOCIEDAD SECRETA» DE ENRIQUE CARLOS

A FUERZA DE GOLPEARNOS CONTRA LA REALIDAD
por Luis Vicente de Aguinaga



«A fuerza de golpearnos / contra la realidad / terminamos por parecernos / a ella», leemos en
Sociedad secreta. La realidad es, en efecto, un cuerpo sólido contra el que chocamos con alguna frecuencia. La fuerza del choque nos recuerda con dureza qué tan lejos de la realidad hemos estado viviendo. Al mismo tiempo, aprendemos de la realidad a ser cuerpos contra los que han de chocar los demás, lastimándose y lastimándonos casi siempre. Vivir es, para unos, evitar esos choques, aunque también es, para otros, procurarlos una y otra vez, hasta la destrucción. Enrique Carlos ha dedicado su poemario a ese doble fenómeno.

Se diría que veintidós poemas componen la
plaquette, pero es más correcto decir que se trata de un solo poema en veintidós escenas. Cada escena tiene un título, y siete de las escenas, por lo menos, tienen títulos que imitan las didascalias o indicaciones de un guión cinematográfico: “Voz en off”, “Disolvencia”, “Flashback”, “Fade out”, etcétera. Según la numeración interna de sus apartados, el poemario comienza con una prolepsis o flashfoward, ya que aparece indicado con el número II. La primera parte, o en todo caso la que se indica con el número I, sólo comparece más adelante.

Tan simple como elocuente, la desorganización de los módulos que conforman el volumen sugiere una inestabilidad o trastorno de fondo que va más allá del tema y contamina la estructura misma de
Sociedad secreta. En el trastorno está la clave, por tanto, de su forma y su contenido. El tema de Sociedad secreta es la paulatina devastación, emocional y corporal, de una mujer. Los poemas están escritos desde la perspectiva del testigo (no es posible determinar si su amigo, su pareja o su familiar) que sufre, por su cuenta, su propio desmoronamiento, al grado de representarse la muerte obsesivamente bajo distintas formas: por ahogamiento, por disparo de arma de fuego, por intoxicación alcohólica, por calcinación o asfixia en un incendio y por accidente automovilístico, pero siempre, al parecer, por suicidio.

Tanto la cita que abre como la que cierra la
plaquette provienen del bellísimo Asfódelo de William Carlos Williams, en particular de su “Libro primero”, esa frágil y sabia meditación a propósito de la vejez, la muerte y, desde luego, el amor. La pradera de los asfódelos es, como se sabe, una región del Hades. Ahí se reúnen, tras la muerte, las almas de los muertos comunes y corrientes. No fueron héroes ni reyes ni grandes próceres: únicamente personas a las que fue dado vivir entre los pequeños goces y las también pequeñas desventuras del tiempo cotidiano. Es por ello que, según Williams, los asfódelos tienen “un olor normal”. Huelen, ya que no a divinidad ni a virtudes mayestáticas, a normalidad, a cosas diarias y sencillas.

El título de
Sociedad secreta se refiere no sólo a una complicidad, sino específicamente al entendimiento entre dos personas en los alrededores de la violencia, el crimen y la destrucción. En la raíz de esa complicidad está una experiencia estética inconfesable: la contemplación de un cuerpo herido, acaso muerto, como una paleta de colores en un fondo negro. El blanco es la piel, el negro es la noche y el rojo es la sangre, como en una escena decadentista:

        El viento de la ciudad dormida
        el rojo casi
        púrpura
        casi
        negro
        el blanco de su piel como grieta
        en la tela de la noche.

En el poema que ha escrito Enrique Carlos no hay asfódelos, pero sí madreselvas (flores que, por cierto, también son mencionadas en el poema de Williams), y esas madreselvas despiden un aroma nocturno que, según la lógica interna de
Sociedad secreta, desencadena el recuerdo del olor de la sangre. La sangre, a su vez, libera otro recuerdo, el de una muerte violenta. Leeremos primero:

        ¿Quién iba a decirnos
        que un disparo puede oler
        a madreselva?

Y páginas después:

        Una flor abre su aroma
        dentro
        de tu cabeza.

El aroma de la normalidad y de las cosas cotidianas está en los títulos de una decena de poemas: “Etiqueta negra”, “Piano Bar”, “Horas bajas”, “Smoking Room”, “Salto mortal”, “Zona de niebla”, “Doble filo”, “Pólvora mojada”, “Media luz” y el que da título al volumen, “Sociedad secreta”. Son, como se ve, combinaciones de palabras ya cristalizadas en el idioma, expresiones de las que podemos hacer uso sin que sea necesario inventar nada. Ahora bien, precisamente porque son cotidianas y normales, esas expresiones despiertan en el lector cierta expectativa y aún cierto sentimiento de colaboración. Sin embargo, el contenido del poema vendrá muchas veces a traicionar esa expectativa.

Hacia las últimas páginas, apenas antes de la semblanza del autor y el colofón, la
plaquette contiene un código QR que remite a una playlist alojada en Spotify. En ella figuran bandas como Eels, Arcade Fire y The Last Shadow Puppets, cantantes como Charly García, Depedro y Tom Waits, y grandes referencias de la música instrumental como Bill Frisell, Astor Piazzola, Marc Ribot y Angelo Badalamenti, entre otros. Juntos contribuyen a crear, gracias al tino del poeta, un domo sonoro de reverberantes guitarras, frías tonalidades electrónicas y amores dolorosos. Con este detalle basta para ilustrar hasta qué punto Sociedad secreta es un poema que se resiste a ser leído, rechazándonos una y otra vez como lectores, enviándonos más allá de sus páginas a que busquemos en el film noire o en una lista de canciones un significado posible.

Sociedad secreta
es lo que queda de una historia de autodestrucción. Mejor dicho: es lo que queda de la película que narra esa historia. Mejor aún: es lo que queda del guión de la película. Más todavía: no es la historia ni la película ni el guión, sino la destrucción misma.







Columna de humo. Reseña de Luis Vicente de Aguinaga del libro «Sociedad secreta» [Sombrario Ediciones, 2024] de Enrique Carlos







Texto leído por Luis Vicente de Aguinaga en la presentación de Sociedad secreta [Sombrario Ediciones, 2024] de Enrique Carlos, el 21 de agosto de 2024, en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz.