CINCO POEMAS DE JAVIER ACOSTA




DE LA ESTACIÓN Y EL KIGO
―UN BORRADOR―

Un poema es una fuente de rigores.
La belleza lo es.
Las estaciones del año, también las de la vida, tienen sus rigores.

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El primer gorrión del año es un kigo.
También la flor del cerezo [sakura],
el uguisu [ruiseñor japonés]
y el primer avistamiento de la ballena:
        frutos de la estación, que no le sobreviven-
Irse, volver, volver a irse:
        gorrión, flor de cerezo, arpón, uguisu,

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El kigo no sobrevive a la estación, el haiku sí.
La estación no sobrevive a sus rigores;
y nada de lo vivo a los rigores de la vida;
el rigor sobrevive, no la estación,

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la belleza es el raro destello que desprende
lo que tiene el oficio de apagarse;
        de ahí el asunto de lo impermanente,
        de ahí el mono no aware, tan
tardío y llevado en los manuales.

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La vida se abre paso en mí, a través de mí. También la muerte.
        Mi cuerpo es la semilla de un cadáver, así como fue fruto
        del esperma y el óvulo. ¿Podría decirse que el embrión
        se abrió paso a través del esperma y el óvulo?

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La primavera se despide:
los pájaros lloran —incluso a los peces
les saltan las lágrimas...

Escribió Basho.

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Vuelve la primavera.
Vuelve el haiku.
Vuelve la flor y vuelve el ruiseñor;
vuelve el arpón, no la ballena.

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No vuelve la manzana a la rama del árbol que vuelve a dar manzanas.



MUJER QUE ESPERA UNA RESPUESTA DE SU DIOS Y SE QUEDA DORMIDA

En una habitación llena de gatos y de estampitas de mártires, de santos alumbrados por luces votivas, donde mi madre
volvió a decir esa oración en que te tienta a emprender el milagro de restituir mi fe y de una vez por todas aceptarte como mi salvador;
a ti, santísimo desoidor de todas las peticiones de generaciones tras generaciones de fieles que se hacen los desentendidos por tus inquebrantables desaires, te digo, ven,
ven a mis brazos, yo te consolaré ahora y en la hora; a ti, primero en la hilera larga de los dioses y diosas sujetas al escrutinio y al consecuente descrédito, ven,
ven, luego no encontrarás a otro con tal disposición a enjugar tus lágrimas; ven, ven, mi madre se ha quedado dormida otra vez sin recibir una respuesta,
ven a mirar como apago otra vez una por una las tantas veladoras, en este oficio vano de tinieblas;
ven, ven, yo soy a esta hora la última flama disponible.
Es hora ya, no te importe quemarte, cae como ceniza
en la ceniza de la noche.



DIÁLOGO ENTRE UN HIJO Y SU PADRE REENCARNADO EN PÁJARO

En vida no, ni pío, ni la o
por lo redondo; pero
desde que se murió comenzó a saber cosas
de la teoría y la práctica del vuelo. Todo tiene un principio
y al principio
daba redondos tumbos por encima del barrio.
Enredado en los cables de luz y del teléfono,
tajándose su pico contra los negros tinacos de las aguas.
A veces tan solito. A veces
en escuadrón parvada —casi siempre a la cola de veloces
gorriones, aprendió mal que bien
a colarse por la rendija colorada del crepúsculo.
Poco a poquito bajaba grácilmente, en círculos
calcados de la golondrina. A la hora de lavar los platos
venía a posarse en el pretil de la ventana, junto al fregadero.
Una vez
vencí el miedo y lo invité a pasar, entró de un aleteo,
derechito a mi índice, livianito y atento.
Yo fui quien rompió el hielo:
―Dime, papá, cómo le hiciste para aprender
        esas gracias de pájaro.
―No fue nada difícil comparado con lo que cuesta
        andar, hablar sin desdecirse
        y leer de corrido. Lo difícil fue caer en cuenta
        que vine a dar a este mismo mundo
        y saber otra vez que esta fue tu casa,
        me tardé una docena
        de vidas de los pájaros; pero, no te quiero inquietar,
        ahora que estoy muerto como señor diabético que fui
        y vivo como pájaro, todos los hombres de la tierra son mis hijos.
―Ven, ven, le dije,
        quédate nada más por hoy a dormir
        en esta jaula de perico.
Dio tres saltitos, se metió
y ya no lo dejé salir,
hasta que pague las que debe.



APOSTILLAS AL SEXO DE LOS ÁNGELES

Yo nada sé sobre los ángeles,pero cuentan los libros más sagrados
que los primeros padres conocían al dedillo las esquivas
costumbres de los ángeles.

Sabían cómo atraerlos a la tierra, cómo domesticarlos
y cómo asignar a cada uno sus deberes.

Ángeles para llevar recados entre pueblos distantes,
unos para las cosas que mandaban decir los soberanos,
el resto para noticias entre particulares.

Ángeles para buscar animales perdidos. Otros para cazar
las aves de precioso plumaje. Los más valientes
para ir y venir entre los muertos.

Nuestros primeros padres aprendieron muy pronto
las artes de su adiestramiento
y cuando los pudieron usar como cabalgadura
ayudaron al hombre a repartir bien las nubes
por las partes más secas del desierto.

Los ángeles silvestres andaban desnudos por los aires.
Nuestros primeros padres los vistieron con túnicas de lino.
No tenían sexo. Rizando sus pestañas consiguieron
procrear ángeles hembras; con aceite de oso en la barbilla
se obtuvieron los machos.

Consiguieron también enseñarles
los procedimientos de la cópula nuestros primeros padres.
Y cada vez que un ángel se unía con su pareja
se convertían en uno, pues su amor fue perfecto, y así se fueron
escaseando, por amor o lujuria —no se ponen de acuerdo
los libros más sagrados— y lo que sigue
ya se sabe.



METÁFORA DEL CORAZÓN Y LA GALLINA

No has querido ser menos,
        también para llegar al corazón,
        buscas el rumbo a tu manera.
Ves el reloj, tomas el pulso de tu cuello,
        cierras el puño y miras su tamaño.
Llevas la hebra para no perderte,
        caminas todo el santo sía
        por el negro pasillo de la izquierda.
Porque te lo dijeron,
        piensas que el corazón parece un corazón;
pero un día también pisas en falso,
        encuentras la escalera
que te lleva hacia el sótano, ahí muy abajito,
        donde solo se ve lo que es oscuro,
donde ahora mismo la gallina del día
        es degollada para el caldo. Donde hay quien te dice
por fin bajaste, ven, toma esta cucharada,
prueba qué tal quedó de sal,

y entonces te das cuenta
        de que más vale llegar a tiempo que ser invitado.
Has llegado por fin al corazón, que no parece nunca
        un corazón.











Javier Acosta
De Viejos comiendo sopa
Universidad Autónoma de Sinaloa, 2021

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